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A 50 años del asesinato




Medio siglo después de tu muerte, ¡tenemos tareas pendientes!

Medio siglo transcurrido, la muerte y tus verdugos. Así, evocamos al niño nacido en el entorno del cañaveral y una sed de justicia alimentada con la esperanza del cierre de un ciclo autoritario que abriría las puertas de la libertad y justicia social.

Por eso, los primeros pasos de una militancia inspirada en el líder redentor, compañero de la heroína asesinada y la inspiradora frase de que las escarpadas montañas de Quisqueya como escenario de reivindicación del ensayo democrático nacido en las elecciones de diciembre de 1962. Allí comenzó todo, la idea, los textos ideológicamente seductores, el espíritu de compromiso y convencimiento de que era posible construir la sociedad idílica.

La salida del Macorís del Mar abrió el apetito de manera definitiva, dándole un sello de ejercicio mortal al sentido de militancia.

Máximo López Molina acogió al grupo de jóvenes decididos a correr los riesgos propios de la época y ruta definitiva de asechanzas, luchas, conspiraciones y deseos de transformar el rumbo de una patria diezmada por los enemigos de siempre. Regresó lo insospechado, con tintes de legitimidad de un proceso electoral cargado de inseguridades que, por el grado de intolerancia política y sed por la sangre, llenarían de dolor las calles del país.

Más allá del arrojo y ascender al control del aparato partidario, el contexto de la realidad social orientaba una confrontación desigual, de dolorosas consecuencias, porque lo mejor de una generación perdería la batalla incomprendida en su momento, y flagelados por una guerra fría que hizo de la eliminación del adversario, la fuente nutricia del éxito, avance y victoria política.

A la nación le esperaban horas de incertidumbre debido a las bajas sufridas del talento cercenado a golpes de metralla, prisión, exilio y muerte.

Allí se liquidaba una generación que, con sus virtudes y defectos, asumía la vida pública con sentido de compromiso y lealtad inequívoca a valores esenciales, creyendo siempre la factibilidad de una país mejor.

Llegó el secuestro de Donald Crowley, la negociación, el poder arrodillado, una salida emblemática y las predecibles consecuencias. México de receptor original, Cuba para afianzar la idea de que era posible abordar los procesos desde otra óptica, un París cargado de ideas y noción de lo internacional que terminaría en Bruselas, como escenario de la sedición brutal.

Y ahí llegó la muerte transformada en ausencia fatal que nos hizo el camino difícil, pero nos agenció el sentido de resistencia para conseguir las metas, saltando las perversidades construidas en los laboratorios de intrigas y deformaciones, que nos templaron. Siempre juntos, resistiéndolo todo y convencidos de que el tiempo coloca en los rieles correctos la verdad, derrotando las mentiras y sus voceros.

1,825,000 días transcurridos y la enorme alegría del respeto de los que te conocieron y continúan admirándote por el arrojo, decoro, resistencia y nunca doblarte. Un aliento esencial para respirar todos los años de la ausencia y sobrevivir al ejército de rufianes desprovistos de talento y retrato hablado del derrumbe de los paradigmas.

Ahora bien, el siempre seguir será la regla hasta el último segundo de nuestra existencia porque dejarse ganar la batalla por la desilusión que provocan los incumplidores, renegados, farsantes, siempre diestros en colocarse el ropaje de redentores como ardid de engañifas lamentables.

Tiempo y coyuntura diferente, pero jamás excusa de falsificar valores, desandar caminos y sepultar tanto esfuerzo y sacrificios de una irrepetible generación. A pesar del retardo, nunca perderemos la fe.

Sigues vivo, en los poemas de René del Risco y Norberto James o en la lectura de la realidad novelada del Olor del Olvido y el reciente trabajo de Pablo Gómez, titulado Morir en Bruselas. Ganaste la batalla porque trascendiste amarguras de los que nunca perdonan que un juguetón niño hijo de inmigrantes, salido de la miseria, produjera el entusiasmo en muchos de que era posible tocar el cielo con las manos. 50 años después, tenemos tareas pendientes!




Por Guido Gomez Mazara

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