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El narcotráfico oculto que afecta a miles de deportistas jóvenes




De las muchas definiciones de dopaje que se pueden encontrar, la más común es la que alude al consumo ilícito de sustancias que proporcionan al cuerpo humano un rendimiento físico mejorado. Este fenómento es, lamentablemente, muy común en el mundo del deporte profesional: no son pocos los competidores que recurren a estos métodos con intención de encontrar la manera de superar a sus rivales. De ahí que exista una normativa que persiga a los que hagan este tipo de trampas y establezca las sanciones oportunas.

Lo que cuesta más entender es el dopaje no competitivo. Gente que hace deporte no por trabajo ni por los réditos que pudiera obtener a partir de su rendimiento, sino por puro afán de superación personal. El típico deportista ocasional que se dedica a cualquier otra cosa y que va al gimnasio por motivos de salud o para sentirse más a gusto con su propio cuerpo.

Y sin embargo, según una investigación policial recogida por Magnet, entre este tipo de personas también es cada vez más frecuente el abuso de productos destinados a mejorar las prestaciones pero potencialmente tóxicos. Y por tanto, el mercado ilegal de compra y venta que ha surgido en torno a ellos no para de crecer. Tanto, que ya se puede hablar de toda una rama del narcotráfico en torno a este ámbito.

Si bien no nos referimos, ni mucho menos, a un problema nuevo, las averiguaciones de las autoridades sí que apuntan a que su dimensión se ha incrementado notablemente a raíz de la pandemia del coronavirus, sobre todo a partir de que los gimnasios pudieron reabrir tras el primer confinamiento duro. Los datos recopilados por el diario ABC muestran que el consumo de anabolizantes y esteroides es hasta un 20% mayor que en marzo de 2020.

Lo más preocupante es que la edad de inicio en este hábito cada vez es más baja. Desde la Sección de Consumo, Medio Ambiente y Dopaje de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta de la Policía Nacional explican que, mientras antes la media se situaba en torno a los 20 o 22 años, ahora es frecuente encontrar casos que no han salido de la adolescencia y apenas pasan de los 16. Las cifras son alarmantes: Magnet cita un informe de la Generalitat Valenciana que estima en hasta el 7,9 % la cantidad de jóvenes que consumen anabolizantes. En la franja de edad entre 14 y 18 años el porcentaje es menor pero también demasiado alto: 3,3 %.

El perfil, en general, es marcadamente masculino. Antonio Martos, maestro de karate y entrenador personal que asegura haberse encontrado con numerosos casos, relata que “también hay chicas, aunque son menos y suelen utilizar el dopaje con un fin más competitivos. Entre ellas es mucho más común otro tipo de sustancias como termogénicos o diuréticos”. Los primeros son productos capaces de elevar la temperatura corporal y estimular la quema de grasas; los segundos ayudan a la eliminación de líquidos. Es decir, que ellas no buscan ganar volumen, sino al contrario: reducirlo.

Es lo que cabía esperar teniendo en cuenta los cánones de belleza vigentes en la sociedad. “Esto ocurre ya desde hace tiempo, porque cada vez hay más culto al cuerpo. Se está generando una adicción cada vez mayor, que llega a la vigorexia”, indican fuentes policiales. Porque precisamente esta es la causa de todo. En rigor, no se trata de rendir más, ya que no desarrollan ninguna actividad para la que les haga falta; no estamos hablando de culturistas profesionales. Solo se trata de verse mejor, de tener un aspecto más fuerte y musculado. La motivación es puramente estética.

¿Cómo caen los jóvenes en las garras de estas prácticas? Son víctimas de la promesa de una mejora grande en poco tiempo y con mucho menos esfuerzo que si se limitaran a levantar pesas. Se pueden encontrar anuncios en distintas páginas web y en redes sociales. Pero también en los propios gimnasios; es común coincidir con algún compañero de entrenamiento de figura impresionante dispuesto a convencer a los novatos para que prueben el mismo método que ya usa él.

No te contará, claro, los efectos secundarios. En exceso, los productos utilizados para aumentar el volumen muscular y el rendimiento (algunos ejemplos conocidos son clembuterol, EPO o testosterona) pueden causar a la larga problemas hepáticos y de corazón. Eso contando con que sean puros: la policía ha notado que una gran cantidad de los productos están adulterados. “El principio activo lo traen desde China, pero el agua destilada y otros productos con que fabrican las ampollas los adquieren a empresas legales de nuestro país. También los viales, los tapones y los aluminios que los recubren. Todo”, aclaran en ABC desde las fuerzas de seguridad.

La mala calidad de los fármacos es un riesgo añadido para la salud. Otro es que, precisamente para compensar los efectos secundarios (solo los esteroides causan al 90 % de sus consumidores acné, alopecia, estrías, hipertensión o impotencia, entre otros problemas), los usuarios tienden a consumir no un solo medicamento, sino todo un cóctel que puede llegar a superar la decena de pastillas o inyecciones. Además, aunque no tienen la consideración de sustancias adictivas de por sí, la caída de rendimiento y la vuelta a valores “normales” cuando se dejan de tomar es muy brusca, lo que lleva a muchos a mantener su uso durante periodos de tiempo mucho más largos de lo aconsejable. No hay “mono”, no se produce síndrome de abstinencia con reacciones físicas como con las drogas comunes, pero sí hay un enganche más psicológico.

En teoría, todos estos productos solo se pueden adquirir de forma legal si se dispone de receta médica. Como era de esperar, se ha desarrollado un mercado negro tremendamente lucrativo, que solo en España mueve miles de millones de euros cada año. A los narcotraficantes tradicionales les compensa, ya que, aparte de disponer ya de la infraestructura para la distribución, están comprobando que es un negocio mucho más rentable, porque con la adulteración se pueden sacar muchísimas más dosis. “Con medio kilo de principio activo crean 3.000 viales, y cada uno cuesta entre 20 y 60 euros, dependiendo del producto”, aseguran desde la policía, añadiendo que se pueden obtener beneficios del 800 o el 1000 %.

Otro factor importante es que este tipo de tráfico es menos arriesgado que el de las sustancias “duras” que ya conocíamos. Aunque los efectos para la salud pública son gravísimos, los productos para mejorar el rendimiento de los deportistas (que llegan a España fundamentalmente desde China, Estados Unidos o Europa del este) no están considerados estupefacientes, lo que significa que las consecuencias penales son mucho menores. Sin contar atenuantes, la condena puede ser de cuatro años de cárcel, que no es poca cosa pero sí mucho menor que la que corresponde a heroína, cocaína o sustancias similares.

Desde el punto de vista legal, la solución es muy compleja y probablemente inalcanzable, puesto que la experiencia nos dice que los delincuentes casi siempre consiguen ir uno o dos pasos por delante de cualquier método que desarrollemos para perseguirles. Quizás sería más efectivo atacar por el otro lado: por el de la educación, para que los consumidores potenciales, sobre todo los más jóvenes y vulnerables, tengan claro que esta alternativa no es sensata. Porque cambiar la mentalidad de la sociedad para que valore más la salud que la apariencia física también sería conveniente, pero esa labor, al menos a corto plazo, parece demasiado difícil.
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