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5ta. Palabra: "Tengo sed"

5ta. Palabra:
“TENGO SED”
(Juan 19, 28)

Rvdo. P.  Pablo de la Cruz, CARM

“Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliera “Tengo Sed”.
Hermanos, en esta breve palabra, se manifiesta un ansia intensa de Jesús en el suplicio de la Cruz, y esto nos recuerda que Cristo era ciertamente hombre, y, como tal, sintió la necesidad fisiológica de la sed, uno de los mayores tormentos de los crucificados.
Tengo sed, es la palabra más radicalmente humana que Cristo pronuncia en la cruz.
Este Cristo, cien por ciento hombre, en su aflicción y su sufrimiento, siente necesidad de ser escuchado para así, poder saciar su sed. Pero vemos, que la cerrazón y la indiferencia de sus verdugos, que tenían el corazón embotado en las dadivas de este mundo y en las secuelas del pecado, no escucharon el clamor de su necesidad.
Lamentablemente esta necesidad de Cristo de saciar su sed continua estando vigente hoy, en nuestra sociedad, en cada dominicano que, herido y frustrado en su día a día ante la falta de una verdadera democracia que nos represente a todos con igualdad y transparencia, no dejan de clamar por una mejoría real que garantice sus necesidades más básicas:
Alimentación, Educación, Justicia, Vivienda digna, empleo e igualdad… que sean emanados de un verdadero desarrollo solidario con la mirada puesta a corto, mediano y largo plazo en el bien común.
Y, si bien es cierto, que la humanidad está viviendo momentos muy difíciles, no menos cierto es que aquel que se despojó de su categoría divina haciéndose uno como nosotros, sigue sufriendo junto a cada uno de sus hijos y, desde la cruz nos muestra y nos enseña que su solidaridad tiene como centro, la humanidad. Por eso dijo en una ocasión, “Vengan a mi todos los que están fatigados y agobiados que yo los aliviare”, (Mt 11,28-30)
Ante la realidad que acontece y se cierne en nuestra República Dominicana, de gran impacto social, ahora, motivada por el Covid-19; sin olvidar que antes de esta pandemia, que nos invita a todos a ser responsables y acatar el llamado de salud pública; ya teníamos la gran incertidumbre provocada por el ambiente político, donde la lucha desmedida por el poder, la lisonjas de unos cuantos que no han entendido que la política se ejerce sirviendo, no para ser servidos y las dadivas de otros ante la carencia de muchos, desnudan y dan al traste de por qué ocupamos uno de los últimos lugares en educación.
Como Iglesia nos preocupan esas realidades que por años se repiten y que vienen siendo ese vinagre moderno mezclado con hiel, que pretende seguir anestesiando a un pueblo que agoniza.
Pero no todo está perdido, pues, desde aquí vemos el despertar de una ciudadanía que aún tiene esperanza y cree conscientemente que por el camino que nos conducen quienes nos han dirigido en las últimas décadas, no es el camino correcto y, por lo tanto, tienen necesariamente que cambiar, y revisar el concepto de desarrollo que no coincide ciertamente con el que se limita a satisfacer los deseos materiales mediante el crecimiento de los bienes, sin presta la urgente atención al sufrimiento y la sed de tantos.
Frente a esta pandemia, el tiempo es apremiante y más que oportuno para que entre todos como sociedad, como dominicanos, logremos alcanzar la patria que queremos, enarbolando los valores que nuestros padres fundadores soñaron.
En ese orden, ¡Basta ya de oprimir al pobre!, ¡basta ya de comprar conciencias y de aprovecharse de la ignorancia del marginado!, fruto de sus malas acciones.
Tomemos conciencia plena de que todos somos hermanos y salgamos de nuestros egoísmos, de nuestra desidia y con arrojo, coraje y mucha valentía, comencemos a vivir nuestras responsabilidades con coherencia entre nuestro hablar y actuar, pues como decía Alejandro Magno “de la conducta de cada uno, depende el destino de todos”
Por eso reflexionemos con humildad, acerca de cómo anda nuestra solidaridad, con ese otro Cristo sediento, representado en nuestro pueblo sufriente, y que todos vemos a nuestro alrededor y, antes quienes a diario nos hacemos de forma fácil, los indiferentes.
Pidamos la gracia al Espíritu Santo, de poder ser solidarios con el hermano que se encuentra envuelto en tantas vicisitudes y que no le permiten tener una vida digna como ser humano único e irrepetible.
Exhortamos a todo el pueblo de Dios a no perder la fe y la esperanza en un mundo nuevo, que debe comenzar aquí y ahora; a pesar de las dificultades, mantengamos la unidad como un solo cuerpo, desterrando de nuestros corazones el egoísmo, el orgullo y la vanidad; seamos solidarios en todo momento con los demás, especialmente los desfavorecidos, los que viven en situaciones de vulnerabilidad, los que están marginados por el sistema imperante.
Es tiempo de aunar esfuerzos para alcanzar una sociedad mejor, tomando el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, modelo de servicio, él mismo lo dice en su palabra: no he venido a ser servido, sino a servir.
Este es el legado más grande del cual nosotros los cristianos debemos de ostentar y ha de ser el ejemplo vivo y eficaz que direccione nuestra coherencia de vida, ya que como dice San Pablo: una fe sin obras es una fe muerta.
Que el sacrificio redentor de Cristo nos ilumine a todos con su gracia y nos infunda un espíritu más dócil a las necesidades de todos.



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